Risas que apagan risas

Renilde Montessori Xaltepec twitter
Hace tiempo conocí a una familia que tenía tres hijos. Todos eran inteligentes y muy simpáticos, pero el más pequeño, ese pequeño era muy diferente. Se trataba de un niño que era muy abierto, platicaba con los adultos con gran facilidad y era muy espontáneo. Se le ocurrían cosas diversas, a veces tenía vocabulario de una persona adulta y su manera de ser era poco común, al menos en esa familia.
Lo que el pequeño hacía y decía era serio para él. Tal como dice el cuento de “El Principito”, su mayor labor era jugar y descubrir el mundo con una gran seriedad, pues son las actividades más importantes de los niños.
Pero los adultos olvidamos que los niños no conocen sarcasmo y entienden poco las bromas. Así que aquello que piensan y dicen lo hacen con la mayor naturalidad, pero los adultos nos reímos. Nos reímos porque no sabemos cómo reaccionar o tal vez porque no comprendemos los pensamientos de los niños. Nos reímos quizás porque a nosotros no se nos hubiera ocurrido eso o porque tenemos más maldad que los pequeños. Y no nos damos cuenta del daño que hacemos.
Lo que ocurrió con esa criatura fue que los ecos de las divertidas voces de los adultos se fueron impregnando en su mente y su espontaneidad se fue apagando. La diversión no la sentía como halago, sino como agresión o como un reclamo y poco a poco se volvió callado.
Cuando notes que un adulto se ría de un niño sin importar la intención, explica al pequeño la razón por la cual a los demás les parece gracioso. ¿Te ha pasado con tu pequeño algo similar?